La fortaleza de los relatos

La fortaleza de los relatos

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Perdido en el mar

PERDIDO EN EL MAR


No amanece lentamente, como lo hace la tierra. El cielo se tornó pálido, las primeras estrellas desaparecieron, y seguí mirando, primero mi reloj y después el horizonte. Los contornos del mar empezaron a aparecer. Habían pasado doce horas, pero no parecía posible, la noche no puede ser tan larga como el día. Tienes que haber pasado la noche en el mar, sentado en una balsa salvavidas y mirando tu reloj, para saber que la noche es inconmensurablemente más larga que el día. Pero pronto empieza a amanecer, entonces ya sabes que es otro día.

Esto ocurrió en mi primera noche en la balsa. Cuando amaneció, nada más importaba. No pensé ni en el agua ni en la comida. No pensé en nada en absoluto, hasta que el viento se tornó más cálido y la superficie del mar se hizo más suave y dorada. No había dormido ni un segundo en toda la noche, pero en ese momento parecía como si se acabase de despertar. Cuando me estiré en la balsa mis huesos me dolían y mi piel quemaba. Pero el día era brillante y cálido, y el murmullo del viento me dio nuevas fuerzas para continuar esperando. Y me sentí profundamente sereno en la balsa salvavidas. Por primera vez en mis veinte años de vida, era perfectamente feliz.

La balsa continuó a la deriva -no podría calcular lo lejos que había ido durante la noche- pero el horizonte todavía se veía exactamente igual, como si no me hubiera movido un centímetro. A las siete pensé en el destructor. Era la hora del desayuno. Imaginé a mis compañeros sentados alrededor de la mesa comiendo manzanas. Luego comeríamos huevos. Después carne y después pan y café. Mi boca se llenó de saliva y pude sentir una ligera torsión en el estómago. Para quitar de mi cabeza la idea de la comida, me sumergí hasta el cuello en el fondo de la balsa. El agua fría en la espalda quemada por el sol era relajante y me hizo sentir más fuerte. Me quedé sumergido así mucho tiempo preguntándome por qué me había ido con Ramón Herrera a la cubierta de popa en lugar de regresar a mi litera para acostarme. Reconstruí minuto a minuto la tragedia y decidí que había sido una tontería. En realidad, no había razón por la que debería haber sido una tontería. En realidad, no había razón por la que debería haber sido una de las víctimas: Yo no estaba en servicio, no estaba obligado a estar en cubierta. Cuando llegué a la conclusión de que todo lo que había sucedido se debió a la mala suerte, me sentí ansioso de nuevo. Pero mirar mi reloj me calmó. El día transcurría rápidamente: eran las once y media.

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  • Pregunta 1

    ¿Cómo trata el marinero de hacer frente a sus experiencias a lo largo de la historia?